lunes, 9 de mayo de 2011

bosque

La montaña, la distancia, el camino. El conejo que se esconde en la madriguera. Las hojas de los árboles que caen lentamente mecidas por el viento. El águila majestuosa que vuela sobre su territorio, oteando el horizonte. El lobo que olfatea en busca de su presa. El bosque y sus silencios. El bosque y sus presencias. Tumbada observa el cielo, las nubes que se mueven rápidamente por el viento del sur. El sol suave que le baña, sus rayos se cuelan entre las ramas de los árboles. Siente la hierba fresca debajo de su cuerpo, el rocío fresco de la mañana. Descansa. Cierra los ojos unos segundos, respira el aroma del bosque, sus olores, sus sonidos, sus texturas. Retrata cada uno de los momentos que está viendo. Aunque intenta relajarse, no puede. Las manos a la espalda, atadas, le duelen. Siente la sangre agolpándose, se le duermen. Ha intentado desatarse por todos los medios, pero no ha podido. Se ha hecho más daño que otra cosa y además parece que las ligaduras se han apretado más que antes. No puede levantarse. Los pies atados también se lo impiden. La pierna derecha dejó de dolerle, no se acuerda hace cuanto. Hace días que cree que se rompió algo. Pero ahora ya no siente nada. Un crujido, una ramita que se rompe, pasos sobre el camino. Viene. Se acerca el fin. Cierra los ojos. Los vuelve a abrir. El sol suave le baña, el águila sobrevuela el cielo, entre las nubes, el rocío le moja la piel, el viento agita las hojas de los árboles. El silencio.

sábado, 7 de mayo de 2011

lobo

El lobo hambriento oteaba el horizonte. Las colinas escarpadas no presagiaban nada bueno, pero él no podía cesar en su empeño. Necesitaba alimento. A pesar de llevar varios días sin comer, no había perdido su porte majestuoso. Era enorme. Lo sabía, nadie podía con él. Solitario en la montaña se mantenía apartado de los demás, la manada ya no le importaba. Era su líder, pero ya no les dirigía. Ahora, había emprendido un camino mucho más arduo, no había marcha atrás. No lo quiso así, pero el destino lo había querido y ahora no tenía escapatoria. No se quejaba, afrontaba el desafío con valentía y honestidad. Aunque estaba cansado, aunque el camino era largo, aunque quizás no obtuviera recompensa, jamás se cansaría, eso era algo que tenía muy claro. Por la noche, ante la luna llena, aulló, se acercó al pequeño lago donde el disco de morfeo se reflejaba en todo su esplendor. Un pequeño descanso, sacíar la sed y vuelta al camino. El destino le estaba esperando. Fuese el que fuese.