domingo, 2 de octubre de 2011

Una faluca en el Nilo

Empecé viajando en el tiempo no sé muy bien porque. Un día sin ninguna intención pegué el salto. Viajaba en el tiempo y el espacio a deseo. Quería estar en un sitio y de repente estaba allí. Todo fue de forma totalmente natural. Me encantaba viajar a sitios a los que nunca había ido y luego volver a la normalidad de casa, a la rutina y saber que había visto cosas imposibles de ver, que las había disfrutado, sentido y vivido como si fuera mi tiempo y mi lugar. Luego la cosa cambió y ya nunca pude controlar a donde iba y venía y empecé a encontrarme cuando menos me lo esperaba en sitios en los que ni siquiera había pensado. Un día, de golpe y porrazo aparecí en Egipto, volví a ir allí. Dos amigos vivían allí. Estábamos bañándonos en el Nilo. No parecía que se extrañasen que estuviese allí, era como si nunca me hubiera ido. Como si siempre hubiera estado allí. Yo les decía que no podíamos bañarnos, que nos pondríamos enfermos, pero ellos reían y decían que si a esas alturas no estábamos muertos no habría ningún problema. Ya formábamos parte del río. Desde de nadar, nos subimos a la faluca por la que viajábamos por el Nilo. Era una faluca extraña de metal. Nunca había visto una igual. El mundo cambiaba y yo no me había dado cuenta. Nos tumbamos al sol abrasador a secarnos antes de partir. Un avispa empezó a molestarme y me asusté, pensé que me picaría en la cara pero me decían que no tuviera miedo. Nunca antes vi una avispa en Egipto. Al final se me metió entre la ropa de la camisa que usé para cubrirme la cara y resultaron ser dos moscas, no una avispa. Se reían de mí por el miedo que me daban dos simples moscas, no recordaban a la avispa. Una sensación incómoda empezó a nacer dentro de mí. Partimos, dirigiendo la faluca con nuestros cuerpos, se movía velozmente pero no tenía vela. Al principio todo el Nilo era para nosotros pero luego las embarcaciones empezaron a aparecer desde todas direcciones y tuvimos que usar nuestros cuerpos para impulsarnos de un lado al otro del río. Él dirigía mientras nosotras dos seguíamos sus órdenes. Pero de golpe apareció un gran barco que nos hizo virar, chocamos contra otra embarcación y nuestra faluca se hundió. Ella me decía que la cogiese. No dejes que se hunda, me repetía. Y yo lo hice, me agarré a un asa que tenía como si fuera un gran cesto pero pesaba tanto que me arrastraba hasta el fondo, no podía respirar, cada vez estaba más oscuro y de repente el miedo pudo conmigo, solté la faluca, ellos ya no estaban, estaba sola, empecé a nadar hacia la superficie pero había bajado tan profunda y rápidamente que me iba a faltar el aire. Me ahogaba. ¿Dónde estarían ellos? Justo cuando me iba acercando a la superficie llegó la oscuridad y estaba empapada tosiendo en una calle adoquinada de París. había dado el salto. A la salida de un teatro, la gente me miraba extrañada, yo sólo pensaba que tenía que volver al Nilo, me necesitaban, estarían en peligro, la faluca se había hundido. Pero no sabía como volver. No podía, había perdido el don. Entonces vi a la actriz principal de la obra, era una cantante de ópera, su foto estaba puesta en el cartel de la obra a tamaño gigantesco. Salía por la entrada de artistas, me miró y lo supe. Estaba asustada. Corrí hacía ella y le dije que me ayudara. Me dijo que hacía mucho tiempo que estaba atrapada en París, que ya ni siquiera era capaz de saltar, nunca podría salir de allí, no se atrevía a usar otros medios, yo no entendía lo que me quería decir. ¿Otros medios? Me dijo que si quería realmente volver tendría que ir a una dirección pero que ella nunca se había atrevido. Al llegar allí vi una cola de gente esperando, me uní a ella, todos entraron en aquel sitio aséptico. Por fuera parecía una casa normal y corriente, pero cuando entrabas todo era gris y metálico. Había una serie de entradas en rampa, por las que la gente tenía que tirarse para acceder a otros sitios a los que querían ir pero nunca para volver allá de donde volvían, yo quería regresar. Quería recuperar mi don. Logré escabullirme de los vigilantes y encontré una puerta que daba acceso al pasado. Era una habitación tan estrecha que apenas cabía dentro. Tuve que deshacerme de todo lo accesorio. Todo lo que traía conmigo que pertenecía a otros lugares, meterlo en cajones llenos a rebosar de objetos de valor y sin valor pero que no podían pasar la puerta. En realidad, no parecía una puerta, era una cara hecha como de esparto, tenías que darle la vuelta para que mirase al lado contrario, y luego meterte dentro como podías. Raspaba la piel, pero tu tenías que seguir empujando y empujando como si nadaras en el esparto, cada vez te apretaba más, parecía que te ibas a ahogar allí dentro pero tenías que seguir empujando y empujando como si fueras un bebé a punto de salir por el canal del parto y luego todo se hacía oscuro y volvías. Volvías. Aún no sabía a donde, pero sabía con certeza que volvería.

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