sábado, 7 de mayo de 2011

lobo

El lobo hambriento oteaba el horizonte. Las colinas escarpadas no presagiaban nada bueno, pero él no podía cesar en su empeño. Necesitaba alimento. A pesar de llevar varios días sin comer, no había perdido su porte majestuoso. Era enorme. Lo sabía, nadie podía con él. Solitario en la montaña se mantenía apartado de los demás, la manada ya no le importaba. Era su líder, pero ya no les dirigía. Ahora, había emprendido un camino mucho más arduo, no había marcha atrás. No lo quiso así, pero el destino lo había querido y ahora no tenía escapatoria. No se quejaba, afrontaba el desafío con valentía y honestidad. Aunque estaba cansado, aunque el camino era largo, aunque quizás no obtuviera recompensa, jamás se cansaría, eso era algo que tenía muy claro. Por la noche, ante la luna llena, aulló, se acercó al pequeño lago donde el disco de morfeo se reflejaba en todo su esplendor. Un pequeño descanso, sacíar la sed y vuelta al camino. El destino le estaba esperando. Fuese el que fuese.

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