viernes, 14 de octubre de 2011

1875

Nos subimos a aquel tren como polizones. Huyendo de un lugar en el que nadie nos quería. Huyendo sin saber a donde ir. Creíamos tener un hogar, pero nos equivocamos. Las vías del ferrocarril nos hicieron cruzar el país de punta a punta. Nos escondíamos donde podíamos, comíamos lo que robábamos a escondidas. De vez en cuando, nos lanzábamos con el tren en marcha para que los revisores no nos pillaran, esperando al próximo tren, agazapados entre los arbustos, para saltar en el último vagón mientras la locomotora aún no había cogido velocidad. Aún recuerdo los buenos y los malos momentos, el hambre, el miedo, el frío, pero también las risas y la gente que allá conocimos. La música que nos acompañaba y sobretodo, el calor de no tener hogar pero si alguien con quien compartir lo que vivíamos. Un día llegamos a un lugar, un lugar como cualquier otro, en el que nos quedamos, en el que nos asentamos, en el que formamos un hogar. Pasaron los años, pasaron como pasa el tiempo cuando eres feliz, rápidamente y sin que te des cuenta. Y un día, sentado en el porche de aquella casa a la que llamaba mi hogar, me di cuenta que me picaban los pies, con un cosquilleo sordo pero insistente. Un cosquilleo que me decía que querían correr, saltar al siguiente vagón y seguir viviendo. Y eso fue lo que hice. Sin mirar atrás.

jueves, 6 de octubre de 2011

Egipto mon amour (III): en busca del desierto

Salir de El Cairo en busca del silencio. Nuestra visita al desierto es uno de los momentos que más me han gustado de mis viajes a Egipto. Es una realidad totalmente diferente. El silencio, la inmensidad, las estrellas. Todo es magnífico, casi irreal, de tan bello. Partimos hacia el desierto por carreteras polvorientas rodeadas de la nada más absoluta, tierra yerma, vacía y muerta. El motor del coche se recalentaba tanto, entre el calor y la chatarra que debía ser el automóvil, que temimos quedarnos tiradas en mitad de la nada más absoluta. Pasamos controles militares, con soldados egipcios con sus metralletas preparadas para no sabíamos muy bien que. Allí no había nada que proteger o vigilar, solo una carretera polvorienta y vacía. Con un guía experto, partimos hacia el desierto blanco y al día siguiente al desierto negro. Creo que es una de las cosas más impresionantes que he visto. El desierto blanco y la noche que pasamos durmiendo allí al raso, habíamos llevado una tienda de campaña, pero ¿quién quiere dormir bajo una tienda cuando tiene el cielo más increíble y maravilloso a la vista? Jamás había visto tantas estrellas juntas. Se podía observar claramente la vía láctea, las constelaciones. La tierra girando, la sensación de que las estrellas se mueven, aunque en realidad los que girábamos éramos nosotros. Espectacular.





Por la noche, una serpiente nos visitó, trayendo malos augurios, algunos se pasaron la noche rezándole a Alá por un sitio en el cielo, creyendo que era un mensaje de demonio y el resto disfrutamos de las estrellas y el silencio maravilloso del desierto. Al día siguiente nuestro guía nos preparó el desayuno, igual que por la noche nos preparó la cena y en el jeep partimos al desierto negro donde subimos y bajamos dunas como si en una montaña rusa estuviésemos. Andar por esa tierra donde parece que nunca ha pisado humano, es una sensación extraña y emocionante. Y ver como los guías nativos conocen cada recoveco del desierto sin necesidad de brújula, más todavía. Encontramos los vestigios de un antiguo mar, conchas fosilizadas en sus piedras donde ahora solo había arena y calor. Abandonar aquella maravilla para regresar al mundanal ruido de El Cairo me dejó una sensación triste. Pero un tren rumbo al sur nos esperaba. Abu Simbel nuestro próximo destino.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Egipto mon amour (II) huyendo del hamman

Antes de partir hacia el sur, el Alto Egipto, disfrutamos de El Cairo y sus noches, coger un taxi sola hasta el centro, aunque sepas que te esperan da un poco de miedo, pero todo sea por fumarse una shisha. En los cafés las únicas mujeres son las extranjeras. En los bares más modernos si que hay mujeres, pero en los cafés típicos y tradicionales no se ven. Los musulmanes no pueden consumir alcohol y menos drogas, aunque se las agencian para comprar alcohol en los establecimientos que solo venden para turistas extranjeros. No nos engañemos, la hipocresia está en todas partes. Tampoco pueden estar con mujeres antes de casarse y también lo hacen, luego le rezan un poco a Alá y obtienen su parcela directa en el cielo. ¿A alguien le suena esto? ¿No hacen aquí lo mismo? No todos son así por supuesto. Pero a veces te encuentras con que esos mismos hipócritas luego son los más propensos a volverse radicales. Según nos contaron, los musulmanes tienen la obligación de intentar convertir a todos los que no lo son, básicamente porque nos hacen un favor sino iremos directamente al infierno. Nuestras charlas fueron totalmente amistosas. Una cosa es convencer y otra obligar, claro que yo no soy una mujer egipcia que no puedo ir a ningún sitio sin un acompañante marido, hermano o padre, no puedo salir del país sin permiso de ellos, ni mucho menos llevarme a mis hijos en caso que los tuviera, etc...Esa es una de las cosas tristes que vimos en Egipto. La realidad que vimos nosotros es así, puede que haya muchas otras, al menos eso espero y más después de la revolución que ha habido, habrá que ver lo que dice el paso del tiempo.
Luego, es curioso ver la distancia tan grande que viven los egipcios actuales de aquellos que fueron sus ancestros y que tanta gloria han dado a Egipto. Los egipcios antiguos tenían la religión incrustada en prácticamente toda su vida, toda su cotidianidad, en su día a día, pero parece que lo vivían de otra manera. No sé si queda algo de aquellos egipcios en estos egipcios de ahora, lo dudo. Como mucho sus ancestros les interesaron mientras pudieron sacarles beneficios en el mercado negro, Egipto vive de ellos además. Sus templos y sus tumbas son el patrimonio de Egipto. En el Cairo el ritmo frenético hace olvidar el pasado aunque está ahí tan presente y vivo a pesar de llevar siglos muerto. En nuestra visita a la pirámide escalonada de Meidum al ser todo chicas y un chico, los lugareños se lanzaban sobre J. ofreciéndose a comprarle alguna de sus mujeres. Hay que acostumbrarse, en las dos ocasiones que he visitado el país han ofrecido camellos por mi. ¿Debería sentirme orgullosa?
A pesar de lo ruidoso de las ciudades, me gusta el silencio de los monumentos, siempre y cuando evites a las hordas de turistas. Cuando fuimos a Meidum estábamos prácticamente solos. La arena blanca y el sol sobre nosotros y algunas de las tumbas más bellas, que tuvimos la ocasión de visitar aunque estaban cerradas, una propina abre muchas puertas.

En la pirámide escalonada de Meidum


De vuelta a El Cairo, las chicas decidimos ir a darnos un baño en un hamman. A una de las chicas, una compañera de clase española le había recomendado unos baños. Eran estupendos y maravillosos, teníamos que ir un día. Los baños allí funcionan unos días para hombres y otros para mujeres, nunca juntos. Y allá que nos fuimos alegremente, esperando unos baños y masajes relajantes. El barrio donde estaban los baños era de todo menos chic. Aquello era el auténtico El Cairo, el del día a día de sus habitantes. Pasamos por un mercado antes de encontrar la calles de los baños que estaba en una callejuela muy pequeña. En el mercado, todos nos miraban. Al entrar en los baños, la impresión fue de sobrecarga, era una habitación amplia pero sobrecargada de tapices. Una señora opulenta sentada en una silla junto con otras señoras hablando tranquilamente. No entendían el inglés y el árabe clásico que estudiaban mis acompañantes no parecía ser de mucha utilidad pero una chica que estaba allí e iba a entrar en los baños nos hizo de traductora. Gracias a ella, pagamos la tarifa, creo recordar que excesivamente alta, para mi que nos timaron y entramos en los baños propiamente dichos. Nos desnudamos en una sala y entramos en un lugar oscuro y lóbrego. No era precisamente la idea que teníamos de unos baños. Hemos visto demasiadas películas. Una sala grande con un una plataforma en medio cubierta de rachola y varias salas laterales más pequeñas componían el espacio. En medio de la plataforma la mujer más gorda que jamás había visto yacía como dios la trajo al mundo tranquilamente. Nos miramos unas a otras aterradas. Parecía una película de terror por lo menos. El primer paso del baño era una piscina minúscula con el agua caliente donde una mujer oronda también te daba un 'masaje' que consistía en ponerte de espaldas y pegarte porrazos hasta deslomarte. Después de dejarte muerta, a pesar de todas nuestras quejas de por favor un poco más suave que evidentemente la señora no entendía, pasamos al siguiente masaje, una de las chicas resbaló y se pegó un buen leñazo algo que a la masajista le importó tres pimientos. Vamos para haberse matado. Luego la mujer oronda de la plataforma te hacía tumbarte sobre la misma y con una manopla que parecía haber pasado por todo Egipto te restregaba la piel hasta casi arrancártela. El guante es de crin y rasca lo indecible, y aunque tu le dijeses que te duele y que por favor más suave, ella se limitaba a sonreír y seguir frotando. Después te aplicaban una especie de mejunge por todo el cuerpo que en teoría era una mezcla de hierbas, miel y no sé que más que después del frotamiento escocía horrores y con el cual te tenías que quedar durante unos minutos, de pie en otra sala, sin apenas ver para finalmente con agua fresquita enjuagarte bien y secarte, con unas toallas que andaban solas. Igual que las cucharachas que hacia el final de nuestro baño vinieron a saludarnos. Ni que decir tiene que nos fuimos muy poco secas, mientras la señora oronda insistía en que nos secásemos bien con la toalla sobretodo nuestras partes íntimas haciendo un gesto bastante elocuente y nosotras la mirábamos horrorizadas. Sonreímos y salimos casi corriendo de allí, al llegar a casa muertas de risa, nos duchamos otra vez. Un poco de hielo para la accidentada que se hizo un poco de daño al resbalar y a contar nuestra aventura. Hubiera estado bien encontrar a la simpática que nos recomendó aquel hamman, que convenientemente ya había abandonado el país. Si algún día me la encuentro por la calle, le daré las gracias como se merece. Solo os diré que estoy viva y con eso me vale. Y por lo que me consta mis compañeras de aventura también.

Por hoy ya no suelto el rollo, mañana, abandonamos el mundanal ruido de El Cairo para viajar al desierto blanco y el desierto negro. Como casi nos quedamos tirados en la carretera desierta, pasamos controles militares, vimos serpiertes venenosas, dormimos al raso y vimos como el cielo giraba, ah, perdón, como la tierra giraba y las estrellas se movían.

martes, 4 de octubre de 2011

Egipto, mon amour

Hace meses me compré en La Central el libro Viaje por el Nilo de E.V. Gonzenbach, un precioso libro ilustrado del viaje que realizó durante todo un invierno a Egipto en 1887, esta reedición de Laertes de los años 80 (del siglo pasado) reproduce la edición en facsímil original. Es un libro bello no solo por sus ilustraciones sino por lo que explica.
 La edición original, ojalá pudiera conseguirla

Aquellos que me conocen saben de mi pasión por Egipto y mis estudios de egiptología. Algo que siempre me ha fascinado. He viajado dos veces al país del Nilo y leerme este libro me hace rememorar muchos momentos que disfruté allí. Aunque el libro esté situado hace más de un siglo y el Egipto actual sea muy diferente del de entonces. Mi primer viaje fue un viaje organizado con una de mis mejores amigas. Ambas disfrutamos mucho pero los viajes organizados te hacen perder algo. Aunque fue mi descubrimiento de Egipto y quedó grabado a fuego en mi retina. No olvidaré la primera vez que fui a Abu Simbel, verlo fue uno de los momentos más bonitos que he vivido. Casi se me saltaban las lágrimas de la emoción. La segunda vez que visité el monumental templo de Ramsés II y su esposa la reina Nefertari me pasó exactamente lo mismo. Es la magia del antiguo Egipto. En mi segundo viaje ví un Egipto diferente. Más cercano. Nos relacionamos con los egipcios y vi su país a través de sus ojos. Aunque había ido con una amiga, pronto nuestros caminos se separaron, un amigo estaba estudiando árabe allí y con él y sus compañeras de clase y de piso, todas españolas, partimos rumbo al Sur, al alto Egipto. Primero en tren y luego remontando el río en faluca. Indescriptible y maravilloso. Pero empecemos por el principio. Ahmed fue quien nos enseñó el Cairo. Nos buscó un piso para alquilar justo al lado de las pirámides de Giza. Todas las mañanas me despertaba y veía las maravillosas e impresionantes pirámides de Giza por la ventana. Un lujo. El Cairo es sin duda una de las ciudades más ruidosas del mundo, para mí la más ruidosa que he visitado. Lo mismo da que sean las 2 de la tarde que las 3 de la mañana. Siempre está en marcha. Desde mi cama me despertaban las llamadas al rezo para los musulmanes. Había que volver a visitar el museo de El Cairo, visita obligada si o si. Aunque lo tengan todo amontonado como si sufrieran del síndrome de Diógenes. Yo me perdería allí durante horas. Me acerco a la sala de Akhenatón y no puedo parar de mirar sus figuras, con esos rasgos tan diferentes de todas las demás representaciones de faraones, con sus ojos almendrados y su cara alargada. Precioso. Solo imaginar lo que hay escondido en los sótanos de ese museo me entran escalofríos. Ni ellos mismos saben todo lo que tienen almacenado. Están construyendo un megamuseo nuevo que lleva siglos en proyecto a ver si lo acaban de una vez y pueden poner un poco de orden porque es una lástima. Cruzar una calle en Egipto es casi misión imposible y subirte en un coche misión suicida. Conducen como locos, los semáforos en rojo significa pase con precaución para ellos. El cacao de tráfico es monumental. Y el ruido incesante. Los accidentes están a la orden del día y ver coches ardiendo en mitad de la calzada también. En contraste salir de la ciudad y huir al desierto es todo lo contrario, un bálsamo para el oído y el alma. Pero mi visita al desierto blancoy el desierto negro la dejo para otro post. En el Cairo subimos al parque de Al-Azhar desde el que vimos una puesta de sol maravillosa sobre la ciudad.
En Egipto me aficioné a tres pasiones que realizaba al mismo tiempo, fumar shisha (nargile) de tabaco de manzana, beber zumo de caña de azúcar y jugar al baggamon. Nos sentábamos por la noche en los cafés, nos pedíamos un té con menta o un zumo de caña de azúcar, deliciosos y dulces, fumábamos nuestra shisha y nos podíamos pasar horas jugando como si el tiempo se hubiese detenido. Éramos ya, parte de la ciudad. Aquello es otro ritmo, el mundo parece que se detiene y nada importa, solo disfrutar.
Café en Jan el-Jalili

Visita obligada es también el mercado de Jan el-Jalili, perderse entre sus callejuelas mientras los tenderos intentan venderte todo lo que puedan y más. Los olores, los colores, las especias. Es un mundo aparte en el que te puedes perder paseando en el más amplio sentido de la palabra. Muy cerca del mercado fuimos una noche a ver la danza de los derviches de tradición sufi, un espectáculo maravilloso y emocionante. Lleno de magia y colorido.


Lamentablemente, Egipto está cambiando y no sé si para bien, la última vez que fui ya noté un gran cambio en la actitud hacia los extranjeros. En como miraban a las mujeres extranjeras, en el aumento de las mujeres con burka,...En una plaza sentados en un café pudimos ver como una mujer con un burka intentaba tomarse una sopa. Iba tapada de la cabeza a los pies, de negro, con guantes incluso. Era escalofriante. En mi primer viaje solo ví a una mujer con burka y curiosamente estaba nadando con el burka puesto en la piscina del hotel. En el segundo viaje el número de mujeres con burka se multiplicó ostensiblemente. También al entrar en las mezquitas nos hicieron tapar mucho más que la última vez. Ya no solo te tenías que cubrir los hombros sino la cabeza entera. Te daban un trapo que parecía una sábana en vez de un pañuelo.
enburkizadas en la mezquita

Y está claro que el fundamentalismo está aumentado y que los hermanos musulmanes están ganando peso. Mucho respeto me da. Esperemos que la cosa no vaya a peor. Aún así las maravillas del país siguen estando ahí. Y no desaparecerán. Al menos eso espero. Y también que podamos volver tranquilamente a disfrutar de uno de los países más maravillosos del mundo.

En breve, más Egipto. El Cairo y como un grupo de mujeres valientes y aguerridas se meten en el barrio más perdido de la ciudad en un hamman indescriptible...

domingo, 2 de octubre de 2011

Una faluca en el Nilo

Empecé viajando en el tiempo no sé muy bien porque. Un día sin ninguna intención pegué el salto. Viajaba en el tiempo y el espacio a deseo. Quería estar en un sitio y de repente estaba allí. Todo fue de forma totalmente natural. Me encantaba viajar a sitios a los que nunca había ido y luego volver a la normalidad de casa, a la rutina y saber que había visto cosas imposibles de ver, que las había disfrutado, sentido y vivido como si fuera mi tiempo y mi lugar. Luego la cosa cambió y ya nunca pude controlar a donde iba y venía y empecé a encontrarme cuando menos me lo esperaba en sitios en los que ni siquiera había pensado. Un día, de golpe y porrazo aparecí en Egipto, volví a ir allí. Dos amigos vivían allí. Estábamos bañándonos en el Nilo. No parecía que se extrañasen que estuviese allí, era como si nunca me hubiera ido. Como si siempre hubiera estado allí. Yo les decía que no podíamos bañarnos, que nos pondríamos enfermos, pero ellos reían y decían que si a esas alturas no estábamos muertos no habría ningún problema. Ya formábamos parte del río. Desde de nadar, nos subimos a la faluca por la que viajábamos por el Nilo. Era una faluca extraña de metal. Nunca había visto una igual. El mundo cambiaba y yo no me había dado cuenta. Nos tumbamos al sol abrasador a secarnos antes de partir. Un avispa empezó a molestarme y me asusté, pensé que me picaría en la cara pero me decían que no tuviera miedo. Nunca antes vi una avispa en Egipto. Al final se me metió entre la ropa de la camisa que usé para cubrirme la cara y resultaron ser dos moscas, no una avispa. Se reían de mí por el miedo que me daban dos simples moscas, no recordaban a la avispa. Una sensación incómoda empezó a nacer dentro de mí. Partimos, dirigiendo la faluca con nuestros cuerpos, se movía velozmente pero no tenía vela. Al principio todo el Nilo era para nosotros pero luego las embarcaciones empezaron a aparecer desde todas direcciones y tuvimos que usar nuestros cuerpos para impulsarnos de un lado al otro del río. Él dirigía mientras nosotras dos seguíamos sus órdenes. Pero de golpe apareció un gran barco que nos hizo virar, chocamos contra otra embarcación y nuestra faluca se hundió. Ella me decía que la cogiese. No dejes que se hunda, me repetía. Y yo lo hice, me agarré a un asa que tenía como si fuera un gran cesto pero pesaba tanto que me arrastraba hasta el fondo, no podía respirar, cada vez estaba más oscuro y de repente el miedo pudo conmigo, solté la faluca, ellos ya no estaban, estaba sola, empecé a nadar hacia la superficie pero había bajado tan profunda y rápidamente que me iba a faltar el aire. Me ahogaba. ¿Dónde estarían ellos? Justo cuando me iba acercando a la superficie llegó la oscuridad y estaba empapada tosiendo en una calle adoquinada de París. había dado el salto. A la salida de un teatro, la gente me miraba extrañada, yo sólo pensaba que tenía que volver al Nilo, me necesitaban, estarían en peligro, la faluca se había hundido. Pero no sabía como volver. No podía, había perdido el don. Entonces vi a la actriz principal de la obra, era una cantante de ópera, su foto estaba puesta en el cartel de la obra a tamaño gigantesco. Salía por la entrada de artistas, me miró y lo supe. Estaba asustada. Corrí hacía ella y le dije que me ayudara. Me dijo que hacía mucho tiempo que estaba atrapada en París, que ya ni siquiera era capaz de saltar, nunca podría salir de allí, no se atrevía a usar otros medios, yo no entendía lo que me quería decir. ¿Otros medios? Me dijo que si quería realmente volver tendría que ir a una dirección pero que ella nunca se había atrevido. Al llegar allí vi una cola de gente esperando, me uní a ella, todos entraron en aquel sitio aséptico. Por fuera parecía una casa normal y corriente, pero cuando entrabas todo era gris y metálico. Había una serie de entradas en rampa, por las que la gente tenía que tirarse para acceder a otros sitios a los que querían ir pero nunca para volver allá de donde volvían, yo quería regresar. Quería recuperar mi don. Logré escabullirme de los vigilantes y encontré una puerta que daba acceso al pasado. Era una habitación tan estrecha que apenas cabía dentro. Tuve que deshacerme de todo lo accesorio. Todo lo que traía conmigo que pertenecía a otros lugares, meterlo en cajones llenos a rebosar de objetos de valor y sin valor pero que no podían pasar la puerta. En realidad, no parecía una puerta, era una cara hecha como de esparto, tenías que darle la vuelta para que mirase al lado contrario, y luego meterte dentro como podías. Raspaba la piel, pero tu tenías que seguir empujando y empujando como si nadaras en el esparto, cada vez te apretaba más, parecía que te ibas a ahogar allí dentro pero tenías que seguir empujando y empujando como si fueras un bebé a punto de salir por el canal del parto y luego todo se hacía oscuro y volvías. Volvías. Aún no sabía a donde, pero sabía con certeza que volvería.

Pine Hill Haints o en el calor de la noche

Ayer por la noche tuvimos el placer de ver de nuevo a los Pine Hill Haints después de su anterior visita hace exactamente un año también un 1 de octubre de 2010. La temporada de conciertos empieza a calentarse y este era uno de los eventos que con más ansia esperábamos ya que su anterior visita nos dejó extasiados. Una de esas bandas que te enganchan. Todo ello gracias a Buen ritmo y sus acertadas propuestas de la mano de Quique Ramos. Sus conciertos son verdaderas perlas.

Desde Alabama los Pine Hill Haints nos traen su mezcla de bluegrass, folk, honky tonk y country. Muchas cosas se podrían decir de ellos pero lo mejor es verlos en directo. Banjo, washbass, batería bajo mínimos, guitarra, mandolina, sierra y washboard. Mientras esperábamos religiosamente a que los amigos del Rocksound se decidieran a abrir la sala, los de Alabama se dedicaron a tocar en la puerta mientras los que nos congregábamos allí los disfrutábamos y sonreíamos.


Lo de dentro de la sala fue espectacular, sudamos la gota gorda bailando pero no es para menos ya que estos chicos son dinamita pura. Ahí les dejo unos vídeos para que se hagan una idea. La próxima vez que vengan no duden en irlos a ver.