lunes, 30 de abril de 2007

Sunshine


Sol. Hasta aquel momento el sol simplemente estaba ahí, pero aquella mañana se despertó y algo había cambiado. Ahora, todo era diferente. Hasta entonces apenas miraba el sol, estaba ahí. Por la noche había soñado con tormentas solares, mares de luz y rayos incandescentes. Soñó que se bañaba en los mares del sol, que se abrasaba en su luz y disfrutaba. Al despertarse se levantó y se dirigió hacía la ventana, la abrió de par en par y dejó que la luz del sol le bañara. Notó la energía que corría por sus venas extendiéndose por su cuerpo, en oleadas de placer... y entonces, lo supo. Todo empezaba a tener sentido. La semana anterior, en las noticias no paraban de hablar de que en breve habría fuertes tormentas solares que afectarían a las comunicaciones. Tenía que averiguar cuando serían exactamente y una vez hecho esto, emprender el camino hacia el sol. Los médicos recomendaban el uso de gafas especiales y cremas de protección solar de factores extremadamente altos. La intensidad con la que el sol brillaría podría ser perjudicial para la salud humana. Suponían que el agujero de la capa de ozono podría tener algo que ver. Todo tenía sentido entonces, por eso empezó una búsqueda desesperada para encontrar el punto más alto del planeta y una vez localizado, pagó lo indecible para alcanzarlo el día y a la hora prevista. Vendió todo lo que poseía y lo que no poseía también, abandono a los suyos y su tierra, su hogar, todo y se marchó. Creían que había enloquecido, pero nada ni nadie podrían evitar que hiciese lo que tenía que hacer. El sol le esperaba. Los rayos solares empezaron a causar estragos sobre la tierra, las cosechas se secaron en apenas horas, los incendios empezaron a quemar por todo el planeta, los océanos se evaporaban, todo el mundo se protegía y se escondía de la luz. Y mientras, en lo más alto del planeta, alguien abandonado a su suerte por voluntad propia, se dejaba bañar por los rayos de calor. Mientras su piel se desmenuzaba quemándose y perdía capa a capa de su cuerpo, lo único que sentía, más allá del dolor, era la luz. La luz lo inundaba, lo cubría y rodeaba, cada vez más cerca del centro de su ser. Hasta que en el último instante, llegó a su corazón, lo único que permanecía y entonces, dejó de existir para ser luz. Nunca supieron que había pasado. Desapareció y no dejó rastro. El sol se lo había llevado.

miércoles, 25 de abril de 2007

Tic, tac, tic, tac.



Tic, tac, tic, tac. Me he despertado pronto. Demasiado pronto. Tic, tac, tic, tac. Demasiado pronto. Aún me quedan dos horas para levantarme, tengo que dormir. Tic, tac, tic, tac. Cierro los ojos y sueño. He ido a un concierto de Rufus Wainwright y Sophie Auster, es en una especie de pequeña carpa de circo, todo muy kitch. He tardado siglos en llegar, el metro era un laberinto inabarcable que no me dejaba transitar hacia mi destino. Al llegar, Rufus ya estaba al piano. Me he sentado en un asiento libre, Elvis Costello estaba a mi lado. De pronto se ha puesto a cantar y ha subido al escenario con Rufus. Ambos, al unísono. El concierto ha terminado rápido, creo que me he perdido la mejor parte por llegar tarde.


Sophie y su delicada voz suben al escenario. Elvis y yo comentamos el último libro de su padre, ambos somos fervientes seguidores de la literatura de las casualidades de Auster. El concierto acaba y nos sentamos juntos a tomar algo. Rufus me saluda, hace unos años nos vimos en Barcelona. Suena una melodía clásica, no sé que es pero recuerdo que ya vi a Rufus tocar esa melodía en alguna ocasión, él la tararea. Reímos. Llega Sophie, parece distraída, nerviosa, no se sienta, anda de un lado a otro nerviosa. Una amiga me dice que cree que el concierto no le ha salido bien. Todos la convencemos de los contrario y conseguimos que se siente y se relaje. Me piden que les escriba algo. Les pido una palabra y a partir de ahí empiezo. Rufus, luz. Sophie, azar. Elvis, tiempo. Me he vuelto a despertar. Aún falta una hora para levantarme, sigo sin poder dormir. ¿O he dormido? Miro el reloj, parece estar en el mismo sitio, marcar la misma hora, el tiempo se hace eterno. Tic, tac, tic, tac. Me levanto, necesito ir al lavabo. Al abrir la puerta de la habitación un haz de luz me inunda, no puede ser que haya tanta luz, es demasiado temprano, miro el reloj de nuevo, marca una hora intempestiva, no puede ser, me repito. El azar ha querido que me levante al lavabo, miro otro reloj, mierda, el tiempo se agota. Mi reloj se ha parado. Tic, tac, tic, tac. Mi reloj se ha parado. Corro. Creo que voy a llegar tarde.

lunes, 23 de abril de 2007

Sant Jordi con Gabo


Hoy es el día de Sant Jordi. Uno de mis días favoritos del año porque es el día del libro. Como todos los años he ido a mirar libros y me he comprado alguno. En principio iba a ser uno pero no he podido evitar caer en la tentación de llevarme a casa una joyita extra que me llamaba desde las estanterías, la edición conmemorativa de 'Cien años de soledad' de Gabo. No cuesta ni diez euros y es un pecado mortal no comprárselo. Nada más quitarle el precinto he olido ese aroma increíble de los libros nuevos, me he deleitado pasando las páginas, viendo el diseño exquisito y ojeando los prólogos y escritos que Vargas Llosa y Carlos Fuentes entre otros han escrito sobre el libro. Una delicia. Me he sentido como un niño con juguetes nuevos. No se puede transmitir con palabras las emociones que me provocan los libros, los quiero con locura, son mis pequeños tesoros. Mi objetivo este Sant Jordi era 'El club dumas' de Pérez Reverte y ha caído, pero como premio por lo 'bona nena' que soy me he regalado también esa joyita que parió Gabo, nunca le estaré suficientemente agradecida a este hombre por escribir esta novela. Gabito eres dios!!!!!!!!!!!!!!! Así he contrarestado el disgusto que me he llevado esta mañana. En casa estamos pintando y he estado metiendo mis miles de cds en cajas y mientras lo hacía se me ha caído el vinilo de 'Esto no es una salida' de Nacho Vegas y se me ha roto!!!!! Me han dado unas ganas tremendas de llorar. Me encantan los vinilos pero no me los compro porque son demasiado delicados y que les pase algo me desespera. Este lo atesoraba como una joyita. Mierda. Se ha hecho añicos por un lado y parece que le ha pegado un bocado un animal salvaje. Sniff. sniff. Por lo menos tengo a Gabito, eso me consuela. Feliz Sant Jordi a todos!! Regalad o comprad libros, pero sobretodo leed!!!!! Regalito para todos:

EL VINILO

Todos los días lo sacaba de su funda y lo ponía en el tocadiscos. Era como un rito, ese momento especial en el que se dejaba llevar por todos y cada uno de los sentimientos que esa música le provocaba. La aguja sobre el disco rasgaba sonidos indescriptibles y se dejaba llevar. Lo guardaba como oro en paño y lo cuidaba como si le fuera la vida en ello. Aquel día se levantó más tarde de lo habitual y su encuentro con su disco favorito se retrasó. La noche anterior había salido a cenar con unos amigos, se lo había pasado francamente bien y se le pegaron las sábanas. Igualmente, no iba a renunciar a aquel placer íntimo. Así que se dirigió al tocadiscos, cogió el disco y al sostenerlo entre sus manos algo le inquietó. Un ruido extraño como de cuentas de collar sonaba dentro. Un temor indescriptible le invadió, sacó el disco con sumo cuidado y lo vio. Estaba roto!!!!!!!!!! Su mundo se hizo añicos en ese preciso instante. Dentro de la funda había pequeños trozos negros de vinilo que cayeron al suelo cuando lo sacó. Las lágrimas recorrieron sus mejillas. Aquello no podía ser verdad. Estaba soñando, era una pesadilla. Metió el disco en la funda y se fue directo a la cama a dormirse de nuevo y despertar para comprobar que todo era un mal sueño. Pero lo cierto es que no se durmió y aunque se pellizcó mil veces para despertarse tuvo que reconocer que ya estaba despierto y que no serviría de nada. El vinilo estaba roto. Estuvo horas y horas mirándolo herido de muerte, roto, inerte, inservible. Y entonces empezó, la tripa empezó a dolerle y unas náuseas imperiosas le subieron por la boca hasta hacerle vomitar. Negro, vomito negro. Pequeños trozos negros de vinilo. No lo entendía. ¿O sí? El día anterior se había saltado su rito, tenía cosas que hacer y llegaba tarde a la cena. Cuando llegó a casa se metió directo a la cama o eso pensaba a él. No lo recordaba. Pero si recordaba haberse levantando por la noche, de madrugada y con hambre de nuevo. Aunque por la mañana cuando se levantó tenía el estómago a rebosar. Y ahora miraba su vinilo favorito y ese mordisco que le habían pegado. Colocó su boca en el agujero. Cuadraba. Se había comido su propio vinilo. No lo entendía. ¿O sí? La verdad es que tenía que reconocerlo. Tenía un problema. Colocó el vinilo en un nuevo lugar. Un lugar donde no tendría que verlo, en ese armario maldito, junto con su libro favorito, su osito de peluche favorito, su micromachines favoritos, sus clicks favoritos,...todos ellos mordisqueados hasta la saciedad. Estaba claro que tendría que buscarse otro entretenimiento. Decidió que ya no le gustaba la música y que aquel disco tampoco era tan bueno, quizá podría encontrar algo nuevo con lo que entretenerse. ¿Coleccionar sellos tal vez? Quizá sería lo mejor porque aún recordaba cuando le dio por el punto y estuvo escupiendo pelusas de lana durante meses. Si, si, los sellos eran una buena idea. Y entonces empezó a imaginarse como sería ese momento especial cuando todos los días sacase su álbum de sellos para admirarlo o añadir uno nuevo a la colección. Lo veía, sería perfecto, perfecto, perfecto. Lo demás no importaba. Aunque cuando pegas un sello tiene un sabor tan amargo...

viernes, 20 de abril de 2007

El vestidor

Nunca había tenido un vestidor antes. Siempre había vivido en casas pequeñas, con habitaciones pequeñas y armarios pequeños. Ahora, tenía una habitación entera solo para la ropa y otra más modesta para los zapatos, aunque modesta es un decir, el zapatero era más grande que cualquiera de las habitaciones donde había dormido hasta hacía dos días. ¿Alguna vez había tenido ropa suficiente para llenar semejante vestidor? No, nunca. Ahora tenía una casa grande, con muchas habitaciones grandes y con un vestidor enorme. Todas mis amigas alucinaban al verlo. ¡Cuántos zapatos caberán aquí!, gritaban extasiadas. Todas me animaron a llenarlo hasta los topes. Pero yo no sabía muy bien que hacer. Compra, compra, decían. Mi ropa en esos estantes y perchas quedaba ridícula y cada vez que entraba a vestirme me angustiaba. Por las noches, cuando todos dormían, entraba en el vestidor a oscuras y observaba los estantes, la mayoría vacíos. Mis bambas alineadas, tres pares. Mis tres o cuatro pares de zapatos y dos o tres pares de sandalias. Parecía ridículo. El vacío no me dejaba tranquila. Al día siguiente me levanté pronto y fui de compras. Arrasé. Compré casi sin mirar y llené el vestidor de arriba a abajo. Nada de lo que había colgado allí me lo iba a poner. Siempre usaba la misma ropa que es la que me gustaba y la que ya tenía de antes. El resto, simplemente colgaba de las perchas. Ahora por las noches duermo bien. El vacío no me molesta, pero creo que voy a volver a mi antigua casa, allí todo cuadraba y el espacio era suficiente. Ahora tanto vacío y tanto espacio por llenar me resultaba molesto. ¿Para qué quiero tanto? Echo de menos mi pequeña habitación.

¡Qué paz!

Nadar, nadar, nadar. Debajo del agua, ¡qué paz! I love Popo. ;-P
He vuelto a la piscina...

jueves, 19 de abril de 2007

La orca

Tengo que recorrer a nado la costa de mi país bordeándolo de una punta a la otra. Estoy cansada. Solo de pensarlo me canso. Ya sé que parece una empresa difícil e inútil pero me veo impelida a hacerlo. Y no solo a hacerlo a nado sino buceando con un simple tubo, unas gafas y unas aletas. Recibí una carta que me pedía que me reuniera en un lugar secreto al otro lado del país, la única manera de llegar allí es así, nadie puede saber que voy y como voy. Tengo que ser discreta o sea que la opción marina es la mejor. Me he comprado un juego de gafas, aletas y tubo y me he ido a la playa más cercana. Me he metido en el agua entre una rocas. El agua está fría pero me gusta la sensación de libertad que me da el mar. De pronto he notado que alguien me miraba y he sentido miedo. Me he zambullido en el agua y el mar me ha cubierto, protegiéndome. El camino se hará largo pero no me importa, estoy preparada. Siempre me mantengo al lado de las paredes rocosas y subo a la superficie de vez en cuando para respirar. Una orca nada a mi lado. Al principio, cuando la he visto he sentido miedo pero se ha acostumbrado a mí y yo a ella, creo que cree que soy una de ellas porque sigue nadando a mi lado y sube a la superficie y vuelve a descender al mismo tiempo que yo para respirar. Al parecer voy a tener compañía durante este viaje. Ahora ya no me parece tan importante ese encuentro secreto ni esa carta. Ahora lo único que me importa es el mar. Nado y soy yo. Creo que no necesito nada más.

martes, 17 de abril de 2007

La bailarina


El teatro estaba a rebosar. Todas las entradas agotadas y las autoridades en el palco. Ella no quería salir a bailar. Se negaba a sentirse presionada o amenazada. Y menos a tener que bailar ante las autoridades competentes porque ellos quisiesen. Siempre se había sentido libre, libre en su arte, pero ahora se veía obligada a actuar ante quien había despreciado y la había despreciado, ante quien había despreciado el arte y la libertad. Ante aquellos opresores que se decían llamar mecenas del arte aunque más bien eran el cadalso donde el mismo iba a morir. Su representante y sus compañeros le suplicaron, sería peor no salir a escena a bailar. Todos dependían de ella. Se sentía acorralada y al final tuvo que dar su brazo a torcer, pero lo hizo a su manera. Subió al escenario con el telón caído y desde la platea, entre los espectadores, entre ellos su marido la saludó, temeroso, suplicándole con los ojos, por favor, en esto nos va la vida. Por menos de nada al último artista contra el régimen le habían puesto unos zapatos de cemento y lo habían tirado al fondo del mar. Subió al escenario, la música sonó y entonces empezó a bailar como nunca antes lo había hecho, con un baile frenético y desmesurado, mientras bailaba sus facciones se desfiguraban como en una caricatura y se hinchaba y crecían como una pelota, la gente horrorizada empezó a gritar, a levantarse y salir corriendo, aquello era demasiado grotesco para poder soportarlo. La bailarina cayó sobre el escenario, inerte y entre el público, una joven con caperuza roja sonreía, en otro momento de su vida, soñó que era una bailarina de fama mundial con una vida de éxito y en sueños se creó otra yo que se dedicó a bailar y danzar por el mundo entero. Al fin y al cabo, era sólo una yo soñada, la joven sonría divertida ante el espectáculo dantesco que veían sus ojos. Nada ni nadie la podría obligar a hacer lo que no quería. Entre el tumulto se levantó y se marchó del teatro, allí se había acabado lo que se daba y ella tenía mucha faena por delante, un diablo la esperaba.
Foto: Juanjo Fernández

viernes, 13 de abril de 2007

Viernes!!!!!!!!

El anterior post era un poco sombrío o sea que de regalo, como dice monty phyton: always look on the bright side of life!!!










Popo siempre me hace feliz!

El monstruo

El mundo era el mar y el mar era el mundo. Las criaturas acuáticas se movían con libertad. El mundo era así. El pececillo vivía en el mar, el monstruo también. Ambos nadaban con rumbos diferentes pero un día se encontraron. El monstruo era temido, se ocultaba en las grutas más oscuras y tenebrosas. Era enorme y negro, oscuro como la noche, como las profundidades del infierno. Gordo y grande como una ballena pero lleno de oscuridad. Todos le temían. Todos se alejaban de él. El pececillo era pequeño y de color azul y un día despistado tropezó con el monstruo. Le dio pena, estaba solito y nadie jugaba con él. El pececillo se acercó a él y se ofreció a ser su amigo y a nadar juntos. El monstruo aceptó. Al principio, el pececillo se alegró de darle compañía al monstruo y pensó que el se alegraba también pero con el tiempo descubrió que una rémora tenía mejor vida que él al lado del monstruo. Su enorme cuerpo hacía sombra sobre él y lo sumía siempre en la negrura, los demás peces ni lo veían. Y cuando alguno lo hacía e intentaba acercarse el monstruo los miraba con su mirada opaca y terrible y huían despavoridos. El pececillo empezó a asustarse porque su amistad se estaba convirtiendo en una prisión. A veces el monstruo marino se enfadaba, muy a menudo, la verdad es que demasiado y el pececillo tenía que recibir su aliento pútrido y fétido en la cara acompañado de sus bramidos submarinos. El pececillo veía el amplio mar y los otros pececillos y pensaba que se merecía un amigo mejor. Así que un día, el pececillo dijo basta y abandonó al monstruo. El monstruo ofendido dio media vuelta diciendo ya volverás suplicando de rodillas que sea tu amigo de nuevo. Pero el pececillo no volvió. El monstruo no se dio cuenta que el pececillo era el único que alguna vez le había prestado su atención y había sido su verdadero amigo. Una lástima. El monstruo marino se quedó encerrado en una gruta, solo y abatido, una gruta fría y oscura donde nada ni nadie le hizo compañía y donde murió solo y abandonado de inanición. Nadie le echó de menos. Fin.

jueves, 12 de abril de 2007

Riachuelo


Cuando era pequeña, el colegio nos llevó de excursión a la montaña, creo que al Montseny. Hacía mucho frío e íbamos abrigados de la cabeza a los pies. Recorrimos el bosque jugueteando y correteando de un lado a otro. Recuerdo que llevaba una manzana y mi cantimplora verde, aparte del bocadillo dentro de la pequeña mochila. Un riachuelo de aguas cristalinas recorría el bosque y tuvimos que pasarlo saltando de piedra en piedra, un compañero que se pasaba el día chinchando a los demás niños me pegó un empujón y acabé metida en el agua hasta las rodillas, las bambas mojadas irremediablemente y el frío calándome hasta casi hacerme daño, el agua estaba helada. Todos empezaron a reírse y yo empecé a llorar, cerré los ojos deseando estar sola y que nadie se burlase de mí y de pronto, el silencio. Nadie se reía, nadie decía nada. Abrí los ojos y miré a mi alrededor extrañada. No había nadie. Estaba yo sola en el riachuelo que parecía haberse detenido. El bosque estaba silencioso, los pájaros, las hojas agitadas por el viento, todo, había enmudecido. Estaba sola. Dejé de llorar. Ya no tenía frío. Me miré los pies y vi muchos colores. Salí del riachuelo. No llevaba las bambas puestas, solo unos calcetines del color del arco iris, no estaban mojados. Al lado de un tronco había unas bambas nuevas secas, me senté en el tronco y me las puse, eran de mi número. De golpe, volvió el sonido. Y allí estaban todos cruzando el riachuelo saltando de piedra a piedra. Un niño se cayó al agua de bruces y se mojó de la cabeza a los pies. Todos rieron, todos menos yo que estaba sentada en el tronco con mis bambas nuevas. El niño me miró sin entender nada. Mientras las profesoras le ayudaban a salir del agua congelada tiritando como un loco, yo salté gracilmente de piedra a piedra hasta el otro lado con mis calcetines de colores y mis bambas nuevas. La montaña me esperaba.

miércoles, 4 de abril de 2007

Eclipse


El eclipse llegó y todo cambió. Hacía semanas que anunciaban un eclipse total y la gente como suele pasar lo había ignorado. Aunque a mí esos fenómenos siempre me han intrigado, no me cansaba de mirar al cielo durante horas, parecía que al resto del mundo no le importase, al menos no al principio. Pero esta vez no sé porque la cosa era diferente, aunque la gente no se diese cuenta, yo sí. Por las noches, miraba la luna llena. Nadie parecía notar nada pero hacía demasiados días que la luna estaba llena. En el momento del eclipse creo que todo el mundo fue consciente de lo que estaba pasando o quizás no y simplemente el miedo a lo desconocido los hizo enloquecer. Yo estaba en mi casa en frente del mar, observando el cielo y viendo desaparecer el sol y de repente, la luna llena apareció brillando con una luz inusitada y anormal, era como si el sol y la luna hubieran intercambiado sus trabajos. El sol permaneció en el firmamento como una bola negra mientras la luna brillaba blanca en todo su esplendor. Al principio creyeron que era algo transitorio pero dos semanas después la alarma cundió. Yo mientras, no me cansaba de mirar la luna solar y entonces, me di cuenta de que todo estaba cambiando. La estraña luz lunar trastornaba a la gente, el miedo cundía. Las mareas empezaron a variar y el mar creció y creció hasta llegar a mi casa en suaves olas que lamían la tierra, luego rodearon la casa hasta casi engullirla y tuve que instalarme en el piso de arriba. Podía lanzarme y zambullirme de un salto desde mi ventana. La gente abandonó las costas y se refugió en el interior. Una barca con varios amigos y vecinos vinieron a rescatarme pero yo me resistía a marcharme. Al fin me convencieron, hice una pequeña mochila y me subí a la embarcación que nos conduciría hacía las montañas. Aún no sabían que pronto volverían al mar del que salieron y que ya no necesitarían esa luz del sol que tanto ansiaban ni esa tierra firme que buscaban con desesperación. Me fui con ellos para disfrutar mis últimos momentos como humana antes de volver al mar, el lugar en el que nací y del que nunca debí salir. Pronto volvería a casa.
foto: Juanjo Fernández