miércoles, 10 de octubre de 2007

Anna Ivanovna

Encontramos un coche en la calle. Las puertas estaban abiertas. Mis hermanos y yo nos extrañamos. El coche parecía abandonado. De un color encarnado, en un principio eramos incapaces de ver lo que de verdad había allí. El coche estaba lleno de sangre, la tapicería parecía bañada de rojo pasión. Decidimos marcharnos y llamar a la policía pero cuando los agentes llegaron al lugar el coche ya no estaba. Esa misma noche sonó mi teléfono móvil, era mi hermano mediano. O eso parecía. Lo curioso es que en ese momento estábamos los dos en la misma habitación charlando. Me estás llamando, afirmé y él lo negó. Fue a coger su teléfono pero no lo encontró por ninguna parte. Mi teléfono seguía sonando y decidí contestar. Una voz desconocida me dijo, sé lo que sabes, ven dentro de una hora a esta dirección tenemos que hablar y colgó. Mi hermano debió perder el móvil en el coche mientras lo inspeccionábamos. Llamamos a la policía de nuevo pero no nos hicieron caso. Mi hermano me prohibió ir a aquel lugar. Era mejor olvidarlo, ya se compraría otro móvil. Llamó a la compañía y dio el número de baja. No pude quedarme tranquila, la curiosidad me vencía y decidí arriesgarme. Cuando todos dormían salí sin hacer ruido de casa y me dirigí a aquella dirección que el hombre misterioso me había dado. Había pasado por delante de aquella casa en innumerables ocasiones pero nunca me había fijado con atención. Una casa señorial, antigua y un poco olvidada. Las luces estaban encendidas. La puerta de entrada estaba abierta. Entré, todo pareció cambiar de repente. Era como si estuviese en el mismo sitio pero en un momento distinto. No sabría como explicarlo, pero mi cuerpo lo sintió. Como en un cambio de sitio o tiempo en un sueño. Se oían voces, me encaminé hacía la biblioteca y allí los vi, cuatro personas atemorizadas y una con un arma en la mano, sonaron disparos y en poco tiempo todos murieron. Asustada corrí, creo que me vieron pero yo no dejé de correr. Tenía que huir de allí. En la puerta estaba aparcado el coche encarnado. No me había fijado en él. Era noche cerrada, corrí y lo único que se me ocurrió fue escalar la fachada de un bloque de pisos hasta uno de los balcones y esconderme dentro. La persiana estaba a medio bajar y la ventana abierta. Estaba oscuro. Me seguían, me vieron entrar y sentía como subían por las escaleras del bloque hacía el piso mientras otros escalaban la fachada. La puerta parecía de papel, la tirarían abajo y me matarían sin compasión ni miramientos. Salí corriendo hacía el otro lado del piso, desde la ventana del fregadero se veía un mar de tejados de uralita. De golpe se hizo de día. Estaban cerca. No tenía más remedio que saltar. De un tejado a otro como si fuera un saltamontes. Parecía fácil, como si toda la vida lo hubiera estado haciendo. Saltatejados. Salté pero cada vez que miraba atrás veía a más hombres de negro persiguiéndome y casi dándome alcance. Corrían mucho, saltaban más aún. El mar de tejados acabó de golpe. Un árbol solitario y una enorme cascada de aguas torrenciales. Era morir a manos de esos sicarios con innumerables sufrimientos y dolores o saltar al agua cascada abajo y quizás con suerte sobrevivir. Decidí saltar. Un saltó bellísimo y una zambullida perfecta, el agua arremolinada me daba vueltas como si estuviera en una lavadora durante el centrifugado. De vez en cuando me empujaba hacía arriba pero yo aguantaba y tiraba de mi cuerpo hacia abajo, quería que pensaran que había muerto, me faltaba el aire pero era lo que tenía que hacer. Al final, cansada y vencida por las aguas me dejé llevar. Me arrastraron suavemente hacía la orilla, debajo de un enorme sauce llorón donde me recogió mi familia. Estaban todos sentados dentro del agua a la sombra del árbol. Brindaban con vodka. Na zrodovie, decían antes de beber y se servían otra copa. Me dieron un vaso. Yo les dije que no bebía. Mi abuela me replicó, es tu deber Anna Ivanovna. Bebe. Na zrodovie y el vodka me quemó la garganta. Eres una buena nieta, me dijo mientras me acariciaba la cara y el pelo mojado. Eres afortunada. Yo empecé a llorar. Ella me preguntó, ¿Porque lloras mi pequeña matriuska? Y yo le contesté, no quiero ver. Ver es un don, me dijo ella. Todo lo que has visto hoy es algo que algún día pasará. Eres afortunada de ver el futuro. Aprovecha ese don. El agua bañaba mi cintura suavemente, estaba tibia, no tenía frío. Debía ser el vodka. Todos seguían brindando. Brindaban por mí. Na zrodovie. Por fin había despertado del sueño en el que vivía, ahora veía. No me gustaba, pero era parte de mí. Na zrodovie.

5 comentarios:

gus aneu2 dijo...

Na zrodovie, que gusto volver a leerte largo y quedarme con ganas de más.
Un beso

lenoreanabel dijo...

Gracias gus! A ver si hablamos uno de estos días que hace tiempo ya. Me ha salido largo y creo que me gusta. A ver si me estiro un poquito más y me lanzo a algo más amplio. beso.

isaac dijo...

Muy buen relato, sí señora. Empecé leyendo el título y pensé que iba a ser un comentario sobre Promesas del Este (por cierto, muy buena peli)... me alegro de haberme confundido :P

Un saludo muy fuerte para los dos!

lenoreanabel dijo...

EL nombre me lo sugirió la peli, debería dedicarle un post porque la película me encantó. Con una sola mirada viggo mortensen acojona, con un solo gesto, uff. Tremendo. Cronenberg se supera a si mismo.

isaac dijo...

ya te digo! Impresionante película. A mi también me encantó, cuando terminó me di cuenta que se había ido rapidísima. Viggo está inmenso, como todos los otros actores... Cassel me sorprendió mucho.