miércoles, 3 de octubre de 2007

Leyendo a Turpin

La vi un día en el metro y supe que era la mujer de mi vida. Leía un libro de mi escritor favorito. Apenas podía disimular su risa mientras paseaba sus preciosos ojos marrones sobre esas líneas que yo ya había leído. Me dio vergüenza sacar el mismo libro que llevaba en la mochila y que también me estaba leyendo por segunda vez. Recordaba por el grosor de las páginas que llevaba leídas que seguramente estaba en casa de Turpin cuando le confesaba a su madre que el sueño de su vida siempre fue ser un pájaro carpintero. No me atreví a decirle nada, soy así de tonto. Por suerte, me la encontré al día siguiente y al otro y al otro. Y cada día me imaginaba a través de su sonrisa y de sus ojos mientras leía divertida como Turpin y Squat paseaban por la ribera del río Lem intentando imaginarse como sería su vida como pájaro carpintero y morsa, como la madre de Turpin moría atragantada por un sugus sabor piña o como el Señor Negro intentaba que Turpin se convirtiese en un hombre de provecho dirigiendo el negocio familiar de camisas sin manga. Así pasaban los días, mientras acababa de leerse el libro. Luego, ella desapareció y se hizo la sombra. Después de haber ido al metro todos los días con la ilusión de verla ya no tenía ganas. Y siempre me subía al mismo vagón donde ansiaba encontrarla de nuevo. Por suerte, varios días después volvió, y para sorpresa mía se leía de nuevo el mismo libro. Estaba claro, aquella mujer tenía que ser mía. Tenía que dormir a mi lado. Tenía que tenerla leyéndome ese mismo libro en la cama mientras yo la escuchaba embelesado. El amor había nacido...
Mientras leía, estas últimas palabras resonaban una y otra vez en su cabeza: 'El amor había nacido...'. ¡Qué cursilada!, pensó. Le atraía más la historia sobre Turpin que el personaje femenino estaba leyendo que los desvaríos amorosos del protagonista que en el fondo era un cagado, estaba claro que esta historia acabaría mal. De golpe, levantó su mirada y la vio. Una joven de ojos marrones profundos y preciosos que se reía mientras leía el mismo libro dijo en voz alta sin darse cuenta: ¡Menudo cobarde!. Sus miradas se cruzaron. Ambos sonrieron. ¡Zas! El amor había nacido...

3 comentarios:

BUDOKAN dijo...

Hermoso relato sobre el nacimiento de un amor o mejor dicho una pasión. Muy buen post. Saludos!

Mr. D dijo...

Bien está lo que bien acaba....

Aunque la chica bien pudiera haberle dado un librazo en la cabeza al tontolino del metro para que el chaval se diera cuenta del asunto. Es que los hay que no se enteran del iceberg hasta que el barco se hunde....

Zas!

Wendy Pan dijo...

Eh, eh, eh!
Habeis visto el corto de JAS??
la niña SUBSTANTIA ya le han hecho la puesta de largo, pasaros por elindefinidobender

besus y abrazus