viernes, 14 de octubre de 2011

1875

Nos subimos a aquel tren como polizones. Huyendo de un lugar en el que nadie nos quería. Huyendo sin saber a donde ir. Creíamos tener un hogar, pero nos equivocamos. Las vías del ferrocarril nos hicieron cruzar el país de punta a punta. Nos escondíamos donde podíamos, comíamos lo que robábamos a escondidas. De vez en cuando, nos lanzábamos con el tren en marcha para que los revisores no nos pillaran, esperando al próximo tren, agazapados entre los arbustos, para saltar en el último vagón mientras la locomotora aún no había cogido velocidad. Aún recuerdo los buenos y los malos momentos, el hambre, el miedo, el frío, pero también las risas y la gente que allá conocimos. La música que nos acompañaba y sobretodo, el calor de no tener hogar pero si alguien con quien compartir lo que vivíamos. Un día llegamos a un lugar, un lugar como cualquier otro, en el que nos quedamos, en el que nos asentamos, en el que formamos un hogar. Pasaron los años, pasaron como pasa el tiempo cuando eres feliz, rápidamente y sin que te des cuenta. Y un día, sentado en el porche de aquella casa a la que llamaba mi hogar, me di cuenta que me picaban los pies, con un cosquilleo sordo pero insistente. Un cosquilleo que me decía que querían correr, saltar al siguiente vagón y seguir viviendo. Y eso fue lo que hice. Sin mirar atrás.

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