martes, 4 de octubre de 2011

Egipto, mon amour

Hace meses me compré en La Central el libro Viaje por el Nilo de E.V. Gonzenbach, un precioso libro ilustrado del viaje que realizó durante todo un invierno a Egipto en 1887, esta reedición de Laertes de los años 80 (del siglo pasado) reproduce la edición en facsímil original. Es un libro bello no solo por sus ilustraciones sino por lo que explica.
 La edición original, ojalá pudiera conseguirla

Aquellos que me conocen saben de mi pasión por Egipto y mis estudios de egiptología. Algo que siempre me ha fascinado. He viajado dos veces al país del Nilo y leerme este libro me hace rememorar muchos momentos que disfruté allí. Aunque el libro esté situado hace más de un siglo y el Egipto actual sea muy diferente del de entonces. Mi primer viaje fue un viaje organizado con una de mis mejores amigas. Ambas disfrutamos mucho pero los viajes organizados te hacen perder algo. Aunque fue mi descubrimiento de Egipto y quedó grabado a fuego en mi retina. No olvidaré la primera vez que fui a Abu Simbel, verlo fue uno de los momentos más bonitos que he vivido. Casi se me saltaban las lágrimas de la emoción. La segunda vez que visité el monumental templo de Ramsés II y su esposa la reina Nefertari me pasó exactamente lo mismo. Es la magia del antiguo Egipto. En mi segundo viaje ví un Egipto diferente. Más cercano. Nos relacionamos con los egipcios y vi su país a través de sus ojos. Aunque había ido con una amiga, pronto nuestros caminos se separaron, un amigo estaba estudiando árabe allí y con él y sus compañeras de clase y de piso, todas españolas, partimos rumbo al Sur, al alto Egipto. Primero en tren y luego remontando el río en faluca. Indescriptible y maravilloso. Pero empecemos por el principio. Ahmed fue quien nos enseñó el Cairo. Nos buscó un piso para alquilar justo al lado de las pirámides de Giza. Todas las mañanas me despertaba y veía las maravillosas e impresionantes pirámides de Giza por la ventana. Un lujo. El Cairo es sin duda una de las ciudades más ruidosas del mundo, para mí la más ruidosa que he visitado. Lo mismo da que sean las 2 de la tarde que las 3 de la mañana. Siempre está en marcha. Desde mi cama me despertaban las llamadas al rezo para los musulmanes. Había que volver a visitar el museo de El Cairo, visita obligada si o si. Aunque lo tengan todo amontonado como si sufrieran del síndrome de Diógenes. Yo me perdería allí durante horas. Me acerco a la sala de Akhenatón y no puedo parar de mirar sus figuras, con esos rasgos tan diferentes de todas las demás representaciones de faraones, con sus ojos almendrados y su cara alargada. Precioso. Solo imaginar lo que hay escondido en los sótanos de ese museo me entran escalofríos. Ni ellos mismos saben todo lo que tienen almacenado. Están construyendo un megamuseo nuevo que lleva siglos en proyecto a ver si lo acaban de una vez y pueden poner un poco de orden porque es una lástima. Cruzar una calle en Egipto es casi misión imposible y subirte en un coche misión suicida. Conducen como locos, los semáforos en rojo significa pase con precaución para ellos. El cacao de tráfico es monumental. Y el ruido incesante. Los accidentes están a la orden del día y ver coches ardiendo en mitad de la calzada también. En contraste salir de la ciudad y huir al desierto es todo lo contrario, un bálsamo para el oído y el alma. Pero mi visita al desierto blancoy el desierto negro la dejo para otro post. En el Cairo subimos al parque de Al-Azhar desde el que vimos una puesta de sol maravillosa sobre la ciudad.
En Egipto me aficioné a tres pasiones que realizaba al mismo tiempo, fumar shisha (nargile) de tabaco de manzana, beber zumo de caña de azúcar y jugar al baggamon. Nos sentábamos por la noche en los cafés, nos pedíamos un té con menta o un zumo de caña de azúcar, deliciosos y dulces, fumábamos nuestra shisha y nos podíamos pasar horas jugando como si el tiempo se hubiese detenido. Éramos ya, parte de la ciudad. Aquello es otro ritmo, el mundo parece que se detiene y nada importa, solo disfrutar.
Café en Jan el-Jalili

Visita obligada es también el mercado de Jan el-Jalili, perderse entre sus callejuelas mientras los tenderos intentan venderte todo lo que puedan y más. Los olores, los colores, las especias. Es un mundo aparte en el que te puedes perder paseando en el más amplio sentido de la palabra. Muy cerca del mercado fuimos una noche a ver la danza de los derviches de tradición sufi, un espectáculo maravilloso y emocionante. Lleno de magia y colorido.


Lamentablemente, Egipto está cambiando y no sé si para bien, la última vez que fui ya noté un gran cambio en la actitud hacia los extranjeros. En como miraban a las mujeres extranjeras, en el aumento de las mujeres con burka,...En una plaza sentados en un café pudimos ver como una mujer con un burka intentaba tomarse una sopa. Iba tapada de la cabeza a los pies, de negro, con guantes incluso. Era escalofriante. En mi primer viaje solo ví a una mujer con burka y curiosamente estaba nadando con el burka puesto en la piscina del hotel. En el segundo viaje el número de mujeres con burka se multiplicó ostensiblemente. También al entrar en las mezquitas nos hicieron tapar mucho más que la última vez. Ya no solo te tenías que cubrir los hombros sino la cabeza entera. Te daban un trapo que parecía una sábana en vez de un pañuelo.
enburkizadas en la mezquita

Y está claro que el fundamentalismo está aumentado y que los hermanos musulmanes están ganando peso. Mucho respeto me da. Esperemos que la cosa no vaya a peor. Aún así las maravillas del país siguen estando ahí. Y no desaparecerán. Al menos eso espero. Y también que podamos volver tranquilamente a disfrutar de uno de los países más maravillosos del mundo.

En breve, más Egipto. El Cairo y como un grupo de mujeres valientes y aguerridas se meten en el barrio más perdido de la ciudad en un hamman indescriptible...

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