jueves, 6 de octubre de 2011

Egipto mon amour (III): en busca del desierto

Salir de El Cairo en busca del silencio. Nuestra visita al desierto es uno de los momentos que más me han gustado de mis viajes a Egipto. Es una realidad totalmente diferente. El silencio, la inmensidad, las estrellas. Todo es magnífico, casi irreal, de tan bello. Partimos hacia el desierto por carreteras polvorientas rodeadas de la nada más absoluta, tierra yerma, vacía y muerta. El motor del coche se recalentaba tanto, entre el calor y la chatarra que debía ser el automóvil, que temimos quedarnos tiradas en mitad de la nada más absoluta. Pasamos controles militares, con soldados egipcios con sus metralletas preparadas para no sabíamos muy bien que. Allí no había nada que proteger o vigilar, solo una carretera polvorienta y vacía. Con un guía experto, partimos hacia el desierto blanco y al día siguiente al desierto negro. Creo que es una de las cosas más impresionantes que he visto. El desierto blanco y la noche que pasamos durmiendo allí al raso, habíamos llevado una tienda de campaña, pero ¿quién quiere dormir bajo una tienda cuando tiene el cielo más increíble y maravilloso a la vista? Jamás había visto tantas estrellas juntas. Se podía observar claramente la vía láctea, las constelaciones. La tierra girando, la sensación de que las estrellas se mueven, aunque en realidad los que girábamos éramos nosotros. Espectacular.





Por la noche, una serpiente nos visitó, trayendo malos augurios, algunos se pasaron la noche rezándole a Alá por un sitio en el cielo, creyendo que era un mensaje de demonio y el resto disfrutamos de las estrellas y el silencio maravilloso del desierto. Al día siguiente nuestro guía nos preparó el desayuno, igual que por la noche nos preparó la cena y en el jeep partimos al desierto negro donde subimos y bajamos dunas como si en una montaña rusa estuviésemos. Andar por esa tierra donde parece que nunca ha pisado humano, es una sensación extraña y emocionante. Y ver como los guías nativos conocen cada recoveco del desierto sin necesidad de brújula, más todavía. Encontramos los vestigios de un antiguo mar, conchas fosilizadas en sus piedras donde ahora solo había arena y calor. Abandonar aquella maravilla para regresar al mundanal ruido de El Cairo me dejó una sensación triste. Pero un tren rumbo al sur nos esperaba. Abu Simbel nuestro próximo destino.

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