La compañía de teatro llego al pueblo sin hacer mucho ruido. Se instalaron en la fonda y se prepararon a conciencia para la representación. Me acerqué a visitarlos, la obra que representaban me interesaba y quería charlar con los actores y el director. Pura curiosidad. Javier estaba allí, era el protagonista. Era extraño ver a un actor de la envergadura de Javier Bardem en una gira teatral por pequeños pueblos, pero lo cierto es que allí estaba como uno más. Se había dejado barba y había perdido un poco ese aspecto de fiera que tiene a veces por una apariencia más bonachona. El papel así lo requería. Me acerqué a hablar con él y debatimos durante un buen rato sobre la incomunicación. Interesante tema para una tarde aciaga. Al día siguiente representaban y fueron al alcázar del pueblo para prepararlo todo y hacer los últimos ensayos. Me dejaron acompañarlos. La tensión entre los actores durante los momentos previos al ensayo general era evidente, se concentraban como pidiendo recogimiento y desaparecían en su interior para convertirse en otros, personajes de ficción a los que conseguían dar vida. Después del ensayo, a media tarde Javier y yo nos quedamos sólos y me confesó que aún le daba miedo enfrentarse al escenario. No le creí. No lo parecía. Le dolía el cuello, un mal gesto me dijo y me ofrecí a hacerle un masaje. Mientras jugaba con mis dedos en su cuello y sus hombros lo vi. Un monje pasó caminando hacía una de las estancias que estaban al fondo del patio del alcázar. Fueron unos instantes, lo suficiente para que un escalofrío recorriera mi pie. El director se acercó a nosotros, quería hablar con Javier y se marcharon juntos. Quedamos en vernos más tarde, toda la compañía iba a cenar en la casa del profesor, amigo del director de la obra, yo también estaba invitada. La tarde cálida de luces estivales y paredes blancas empezó a oscurecerse. Me entró frío. Ojalá tuviera un jersey, pensé. Me dirigí a la puerta por donde había desaparecido el monje. Dentro había una gran biblioteca, grandes tomos y pequeños de libros antiguos pertenecientes a la abadía del pueblo, los monjes se trasladaron al alcázar para la reconstrucción de la abadía que se quemó durante las obras y se habían quedado definitivamente en la parte norte del edificio. Una vela encendida sobre una mesa de roble era la única iluminación. Un gran libro de tapas negras estaba sobre ella. Me acerqué. La tapa no tenía ninguna inscripción. Lo abrí. 'Summa Daemonica' era el título. Una fuerte ventada abrió la puerta de la sala, la páginas de libro corrieron hasta pararse en una ilustración. El viento cesó de golpe. Allí estaba. Él, mirándome desde un grabado de época medieval. Sus ojos se encendieron, ardiendo en un rojo volcánico y el libro empezó a arder y quemarse como en un pequeño infierno. Me había encontrado. El monje estaba enfrente mío. Me miró con ojos desorbitados. Bruja, me dijo y se santiguó. Luego salió corriendo. Ya nada sería igual. Estaba claro que nunca podría escapar de él.
Foto: Juanjo Fernández. Mil gracias de nuevo.
3 comentarios:
Este diablo me da más miedo que el que solía visitarte. Cuidate, hazme el favor, que con estos que echan a arder hay que tener cuidado.
Un beso fuerte.
jojojojjojo me encantan tus desvarios tia! una vez mas QUE BIEN ESCRIBES! ¿te has propuesto escribir un libro? solo faltaba que pusieras y bardem viendo a u2 en directo en aquel pueblo empezo a bailar como si estuviera poseido por el mismisimo demonio ;P
Pues no, efectivamente, ya nada podria volver a ser como antes, es lo que tenemos. Abrazo Gratis
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