lunes, 11 de junio de 2007

Jodelle

"En lo que se refiere a la elección de la esposa, soy de la misma opinión que el difunto William Cobbett: 'Trata de dar con una que mastique bien su alimento y que plante firmemente sus pies en el suelo al caminar y todo irá bien'." Gabriel Betteredge, mayordomo al servicio de Lady Julia Verinder en 'La piedra lunar' de Wilkie Collins.


Jodelle fue una niña curiosa desde el día en que nació. Al cogerla en brazos después de un parto rápido y apenas doloroso, su madre notó que la pequeña parecía pesar menos que una pluma. Era ligera, no, más que eso era, ligerísima. Ya desde sus primeros momentos de vida demostró ser especial. Vivía la vida con alegría y parecía que sin preocupaciones. Era una niña feliz. Quizás demasiado, pensaba su madre. Nada la abatía y siempre estaba de buen humor. Jamás soltaba una sola lágrima. A su madre esto la alegraba mucho, pero lo que realmente le preocupaba era que Jodelle no pisaba la tierra con los pies. No es que viviera en un sueño, es que tanto fantaseaba que su madre temía que un día aterrizara de bruces en el suelo. Cuando Jodelle dio sus primeros pasos su madre se alegró pero luego quiso que aquel momento no hubiera pasado nunca y que su pequeña Jodelle siguiera gateando de por vida. La niña no tocaba el suelo con los pies. Daba dos pasos y empezaba a flotar. Era tan feliz que levitaba. Su madre se asustó y empezó a pensar que quizá sería mejor que no fuera tan feliz, pero ¿qué madre desearía algo malo para su hija? Así que se las ingenió durante años para mantener a Jodelle siempre con los pies en el suelo. Llenaba los forros de los vestidos y los abrigos de arena y de piedras, la agarraba bien fuerte cuando la veía emocionarse de felicidad fingiendo que lo compartía con ella en un abrazo maternal hasta que la furia feliz pasaba y Jodelle no corría el peligro de levantar los pies de la tierra y mil ingenios más. La madre de Jodelle estaba agotada. Evitar que el mundo supiese que su hija flotaba era una tarea dura de llevar a cabo. Llevaba siempre el bolso cargado de piedras y la espalda estaba empezando a pasarle factura. Cuando menos se lo esperaba Jodelle se ponía a levitar y ella corriendo tenía que echarle en los bolsillos del abrigo unas cuantas piedras. Había ganado en rapidez y destreza con los años pero precisamente esos años de experiencia le estaban restando agilidad.
El día que Jodelle se enamoró su madre tuvo que atarla en su habitación a los muebles con mil cintas de colores para evitar que saliese flotando y desapareciese más allá de la estratosfera. Al joven que enamoró a Jodelle no le importó que ella flotara. La cogía de la mano con fuerza y así evitaba que se fuese volando. La fuerza del amor lo podía todo, pensaba. Pero un día el joven se cansó. Le dolía el brazo de tanto sujetar a su amada Jodelle. Hacer el amor con ella era como estar en gravedad cero en la estación espacial internacional. Al principio era divertido pero a la larga era un engorro. Cuando el joven dejó a Jodelle, esta dejó flotar de golpe y cayó de bruces a tierra. El joven se alegró, pensó por un momento que por fin sería una chica normal pero en cuanto le dijo a Jodelle que seguía amándola, esta empezó a flotar de nuevo y el joven cansado huyó. A pesar de que Jodelle era grácil y ligera, desde aquel momento empezó a caminar como si en vez de pies tuviera dos losas pesadas. Su madre ahora se cansaba de que siempre estuviera triste, ya que pesaba tanto que tenía que arrastrarla por toda la casa para ir de un lado a otro. La verdad es que a Jodelle esta nueva situación no le gustó nada. Acostumbrada a flotar como una hoja agitada por el viento, ser pesada como el plomo la estaba consumiendo. Además le reñían cuando flotaba todo el día ocultándolo y ahora que no flotaba también. Esta hasta el moño y tenía tantas ganas de huir que empezó a sentirse ligera y a flotar de nuevo. Flotó y flotó y flotó, hasta que salió volando por la ventana y se alejó de su casa sin ni siquiera decir adiós. Quería ser libre. Y lo fue.
Jodelle se escondía en las copas de los árboles, en los tejados de las casas y en las torres de las iglesias. Vivía de lo que encontraba y de lo que tomaba prestado. A veces cuando echaba de menos a la gente se ponía un poco triste a propósito para poner los pies en la tierra y caminar entre otras personas. En una de esas ocasiones, Jodelle fue al cine y vio una película de astronautas donde todo el mundo flotaba y se le ocurrió. Claro, los astronautas flotaban, ¿cómo no se le había ocurrido antes? Jodelle se fue a la NASA y se convirtió en astronauta. Pasó las pruebas sin problemas y en menos que canta un gallo ya estaba volando hacía el espacio exterior. Así pudo flotar sin que nadie se lo echase en cara. Además a los astronautas les gustaba flotar y estaban acostumbrados a ver gente flotar a su alrededor. Por fin podría ser ella misma y ser libre. Las estrellas la esperaban. A partir de entonces, Jodelle solo puso los pies en la tierra al aterrizar. FIN.

4 comentarios:

JoFz dijo...

Ah de allá arriba!!!!
Holahola!!
Tú también flotas, Lenorabel, y a los que te leemos nos haces levitar.
Pd:- ¿Fin? desde el cuento de moustache no ponías fin, que curioso, me ha llamado la atención.
Besos, muchos.

lenoreanabel dijo...

ay gus pero que bien conoces mi pequeña obra literaria. La verdad es que cuando escribí el fin también me llamó la atención. No suelo ponerlo, pero en ese momento me salió, es como cerrar una puerta, no? Esta historia necesitaba ese fin. más besos para tí.

rei dijo...

gran historia y amena!!

princess dijo...

Que linda historia, ella tenia un talento inconprendido
Saludos