domingo, 28 de agosto de 2011

Mar y Montaña

No entiendo a veces esas disyuntivas ridículas que te hacen escoger entre algo que pretender hacer opuestos y que no lo son. Es como aquello de elegir entre los Beatles y los Rolling Stones, ¿acaso no puedo quedarme con los dos? ¿Porqué tengo que escoger? Con el binomio mar y montaña pasa lo mismo. Me gustan las dos, me encanta el mar, en otra vida debí ser pez sin duda, pero la montaña me gusta mucho. Se pueden combinar a la perfección y los paraísos que combinan ambos son lo mejor. Por eso, en agosto he vivido en dos paraísos diferentes. Uno en el mar y otro en la montaña. Este agosto ha sido movidito, algo inusual en mí, suelo viajar en épocas menos estivales pero este año gracias a un par de invitaciones me he movido más que una peonza. De una punta a otra de la península, pasando por la capital antes para calentar motores. Primero el mar, Conil de la Frontera. El descubrimiento. Es imposible no enamorarse de un lugar así. Gracias a mis dos Cicerones particulares (Gema y Mari Carmen) que se conocen la zona como si hubiesen nacido allí he pasado uno de los mejores agostos de mi vida. Es fácil pasárselo bien rodeada de buena gente, la mejor y con la diversión por bandera. Bañarse en el océano Atlántico por primera vez, con esas aguas casi heladas es un lujo. Las playas de Cádiz son una maravilla y las que están cerca de Conil más todavía. Las calas de Roche, La Fontanilla, Caños de Meca o la maravillosa playa de Bolonia son solo un ejemplo. El agua fresca y transparente, casi turquesa, esa sensación de flotabilidad, de dejarse arrastrar por el mecer de las olas mientras el sol baña tu piel, es un placer indescriptible. Playas inmensas o calas pequeñas y acogedoras, en las que te sientes como en el paraíso. Me he enamorado. Pienso volver si o si. Las maravillas del mar se mezclan con sus calles blancas y empedradas, la marcha nocturna no tiene fin y las risas, las risas son lo mejor de todo.
El faro de Trafalgar visto desde Caños de Meca
Playa de Bolonia vista desde la duna

Y luego está la montaña, en la otra punta de la península. Campelles en Girona es el paraíso de la montaña, cerquita de los Pirineos. Lo que más me gusta de allí es la paz y tranquilidad que se respira, el silencio y el fresquito que hace. En estos días de calor asfixiante en Barcelona se agradece un poco de frescor. Por primera vez cogimos rovellons (setas), nunca antes había ido a la caza del bolet y la verdad es queme ha gustado tanto que ya tengo ganas de volver a arrastrarme por el suelo entre los árboles y la maleza del bosque con mi navajita y mi cestito!!! Este fue el resultado:
Hacia una semana que no llovía y estaba la cosa difícil pero conseguimos nuestro primer botín en el bosque gracias a los sabios consejos de Mr. Vidal. ¡Gracias por la invitación! Ya nos ha invitado varias veces a su pequeño paraíso y nosotros vamos siempre encantados. Me encanta esa sensación de caminar por el bosque, solo oyendo los ruidos de la naturaleza. De vez en cuando pegábamos un grito para encontrarnos los unos a los otros y saber como iba la caza, siempre cerca pero extendiendo la búsqueda para abarcar más. Allí a la sombra de los grandes árboles, estábamos resguardados del sol, fresquitos. Y después de la dura recolección, nos los zampamos por supuesto!! Al día siguiente nos fuimos de caminata a subir la montaña. Maravilloso respirar ese aire a bosque, los grandes árboles, el zumbido de las abejas, la tierra roja bajo los pies, el verde de los prados, los animales,...Y las espectaculares vistas, son lo mejor. En fin, un paraíso diferente, pero maravilloso. 

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