Antes tenía por costumbre comprarme tazas de los sitios a los que viajaba. Tengo tazas de Amsterdam, Nueva York, Viena, Berlin, Atenas, Dublín,...Incluso me han regalado tazas viajeras como una de Bruselas y otra de Euskadi. A veces me traigo una taza y otras veces no, pero lo que siempre me traigo de un viaje son libros. Uno o varios. NO tengo medida. Cuando entré en The Strand en NY me volví loca, las dos veces que he ido, y me he vuelto a casa con un cargamento de libros que casi no me cabía en la maleta
Este es el paraíso de los libros para mí. Junto con Shakespeare & Co en París o la maravillosa City Lights, ese templo del libro fundado por Ferlinghetti que pienso visitar en cuanto tenga la oportunidad de pisar San Francisco para rendirle pleitesía y venirme cargada de libros!!! Me encanta visitar librerías allá donde voy. Me he traído libros maravillosos, desde frikadas como I am not Spock de Leonard Nimoy hasta alguna joyita de los 70 de Richard Adams con unas portadas maravillosas. Ojo no soy de libros de coleccionista, no tengo el dinero suficiente para eso. Pero cuando veo un libro que no puedo conseguir aquí me tiro a por él.
Recuerdo que en Dublín me compre High Fidelity en inglés aunque ya lo tenía en castellano, me gustó la edición que incluía Fever Pitch y About the Boy. En Berlín encontré una librería maravillosa de cine de la que me traje una biografía estupenda de Vincent Price escrita por su hija Victoria Price.
Esos libros me recuerdan los viajes que hice, las personas con las que estuve, los momentos que viví. De mi último viaje a Amsterdam me he traído el Life de Keith Richards, venía de ver a los Black Crowes, dos días gira de despedida, grandes momentos en una ciudad maravillosa que cada vez me gusta más, en un país que adoro y con unos amigos increíbles que son lo mejor de lo mejor. Era el libro, tenía mi nombre y me llamaba a gritos. Muy apropiado, ¿no?
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