jueves, 27 de diciembre de 2007

Callejeando

Mientras conducías por las calles de aquella ciudad que nos era desconocida, yo no paraba de mirar por la ventana. Todo me resultaba curioso y digno de ser observado. Todo, incluso tú. No me dejaste conducir el coche a pesar de que estaba alquilado a mi nombre. Hemos llegado a un punto en el que ya no hay retorno. No te fías de mí al volante. Reconozco que tres accidentes de coche en un mes no son un buen historial pero un poco de apoyo y lo mismo le cojo el truquillo, te dije resignada. Lo que nunca decías es que me pegué los piños por tu culpa, porque tú me distrajiste. Me ahorraré los detalles. Por aquella ciudad de calles sinuosas vagábamos sin rumbo. Solíamos recorrer así las pequeñas ciudades y pueblos por los que pasábamos, ni siquiera nos bajábamos del coche. Sólo circulábamos dando vueltas y vueltas por las calles hasta que nos cansábamos. Por fin, decidíamos parar siempre en el sitio que a mi más me gustaba y nos dedicábamos a achucharnos, mirar el paisaje, pasear, jugar a las formas de las nubes y esas tonterías de enamorados. No es que estuviéramos huyendo, es simplemente que seguíamos hacía adelante sin mirar atrás.

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