lunes, 10 de diciembre de 2007

Casa encendida

Al acercarse a la casa desde la carretera, se podía ver su luminosidad. Todas las luces encendidas, como diciendo, aquí vivimos, aquí estamos, aquí hay personas. A pesar de que la casa estaba situada en una zona apartada y que no había ninguna otra en las cercanías, vivíamos allí. Supongo que vinimos buscando paz y tranquilidad. Y lo cierto, es que lo conseguimos. Ya no teníamos que aguantar a los vecinos ruidosos, los coches que pasan por la calle, las incomodidades de la gran ciudad. Vivíamos tranquilos en nuestra casa encendida, donde siempre había luz, fuese la hora que fuese. Debíamos parecer un árbol de navidad en plena naturaleza. Al entrar en casa la luz nos acogía cálida y nos sentíamos a gusto. En ninguna otra casa nos sentíamos así, quizás por eso decidimos venirnos a vivir aquí. Aquella tarde hubo un corte de luz en la zona y nuestra casa fue la única que no permaneció a oscuras. Era extraño. Pero más extraño fue aún que durante los días siguiente los cortes de luz se repitiesen y que nosotros no los padeciéramos. Al ir al pueblo más cercano a comprar algunas cosas, los vecinos nos miraban con ojos recelosos y nosotros volvíamos corriendo a casa, a nuestra luz y a sentirnos seguros. Hasta aquel día, aquel día en que se fue la luz. Nos quedamos a oscuras el día que cayó la gran nevada que nos dejó atrapados en casa. Y de repente, empezamos a oír ruidos, como de cables que se estiran y se retuercen. Empezaron a saltar las instalaciones de la luz. Los cables se soltaron por fuera de la casa y empezaron a rodearla. Se lanzaban como serpientes atacando las ventanas de la casa. Chocaban contra los cristales. Gritamos asustados. Cubrimos las ventanas para protegernos, pero de golpe, los cables internos de la casa empezaron también a moverse y cobrar vida. Los cables de las lámparas se retorcían y se lanzaban contra nosotros. Huíamos corriendo por toda la casa, a oscuras. Temiendo. Gritando. Uno de los cables se enrolló alrededor de su cuello y en pocos segundos murió ahogado. Yo corrí sin mirar atrás. Me encerré en uno de los lavabos pequeños. No tenía ventanas. Estaba a oscuras. De pronto se encendió la luz. Y me puse a llorar. Mientras los cables empezaban a retorcerse por las paredes y empujar para romperlas y llegar hasta mí, cerré los ojos y deseé no estar allí. De pronto, el pequeño cuarto de baño de apenas metro y medio empezó a llenarse de agua, mientras más golpeaban los cables, más subía el nivel del agua. Ya me llegaba al cuello y cuando los cables por fin traspasaron las paredes y me iban a envolver amorosamente con su abrazo mortal, ya no estaba allí. Estaba nadando en un mar desconocido, luchando por subir a la superficie para poder respirar. Y cuando por fin lo logré me sentí feliz. De estar allí, de que no hubiera cables y de saber que en otra vida fui pez. Al fin, estaba segura, aunque fuera de noche y la única luz que viera fuese la del sol reflejada en una maravillosa luna llena. Nunca más volveré a encender un interruptor. Lo juro, me dije a mi misma y me quedé tranquilamente flotando a la espera de que me rescataran. Porque sabía que venían a buscarme. Esas cosas, siempre las he sabido.

1 comentario:

BUDOKAN dijo...

Qué bonito relato, y que intriga da al comienzo esa casa. Saludos!