Hace días que veo pingüinos. Al principio fue sólo uno. Caminaba a paso ligero por la calle hacía el trabajo y lo vi. Estaba en un semáforo, esperando, cuando se puso en verde cruzó la calle. Luego a los dos días, vi a dos pingüinos, estaban enzarzados en lo que parecía una amena conversación en un parque. Al tercer día, vi tres pingüinos, al cuarto día cuatro. Hasta que a la semana vi más de un centenar. Estaban congregados en una plaza, parecía que se manifestaban. Nadie parecía verlos, o al menos, nadie parecía extrañarse que más de un centenar de pingüinos se concentrasen tranquilamente en una plaza barcelonesa. El tiempo se está volviendo loco. El frío se hace esperar. ¿Será eso lo que piden los pingüinos? Los veo pasear por las calles, en pequeños grupos, nadie parece prestarles demasiada atención, van a lo suyo y lo más curioso es que estos animales polares tampoco prestan demasiada atención a los humanos, por no decir que no les prestan ninguna. Pero, esta mañana uno de ellos me ha mirado. Se me ha quedado mirando con una mirada que sólo un ave podría lanzar. Me ha recorrido un escalofrío por todo el cuerpo. ¿Que quieres?, he pensado. Y al darme la vuelta, me he dado cuenta que otro me miraba. Y más allá otro, y otro, y otro. Y cuando me he querido dar cuenta, cientos de pingüinos que antes caminaban tranquilamente por las calles de la ciudad, se han parado y se han puesto a mirarme. Tengo miedo. Luego han empezado a andar. Todos al unísono. Todos hacía mí. Tengo miedo. Tengo miedo.
1 comentario:
Pues a mí los pingüinos siempre me han dado mucha pena. No sé por qué, pero es un animal que me provoca tristeza. Un día de borrachera llegué a casa y daban un documental de pingüinos y me puse a llorar, fíjate.
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