Después del concierto de los Blind Riders en el monasterio, a eso de las tres y media de la mañana cuando la gente empezó a dispersarse y a apuntar su camino hacia el magic, decidí hacer una retirada honrosa antes de caer en esa dimensión paralela del infierno que últimamente es ese local. Me despedí de un Mr. Traveller bostezante y una Mrs Makovski en plena crisis alérgica, Canetti se fue rumbo a Sants seguramente junto a Dan Glam y su Joana, Guillermo y otro amigo, aunque me fui antes de que la indecisión tomara forma de rumbo fijo hacia algún lugar. No se veía un alma por la calle, caminé unos minutos hasta llegar a la parada del N6 que estaba llena de coches, casi me tuve que situar en mitad de la carretera. El autobús pasó enseguida pero a pesar de que levanté el brazo, el señor autobusero pasó de mí y siguió su camino. En aquel momento si hubiera tenido una metralleta me hubiera liado a tiros. Pero como no la tenía decidí andar un poco más hasta la siguiente parada que tenía el N6 y el N8, dos opciones en vez de una, mientras andaba seguramente haría tiempo para el próximo nitbus, quizá un N8. La calle estaba desierta, de una manera desierta gris y tétrica. Hacía frío pero tampoco demasiado. Me había puesto mi bufanda de colores dándole un par de vueltas y mi gorrito a juego. Más mona iba yo. Caminaba y caminaba pero de pronto, vi la calle desierta en silencio sepulcral y un escalofrío me recorrió la espalda. Aquí había algo que no funcionaba bien. Me dí la vuelta y pensé, mejor cojo un taxi, en la confluencia antes de la anterior parada pasan bastantes. Me dí la vuelta y entonces entendí porque me sentía así. Un hombre de tez oscura me seguía. Y al darme la vuelta giró y continúo siguiéndome. Apreté el paso y el apretó el paso. Cada vez lo sentía más cerca. Parecía que llevaba tacones porque sus pisadas resonaban en la inmensidad de la noche oscura. Me asusté y seguí caminando hasta la esquina. Si no fuera atea supongo que le habría rezado a dios para que me enviase un taxi, en vez de eso, me hice la loca cuando se acercó a mí y empezó a hablarme. No le respondí, simplemente hice como si oteara el horizonte en busca de un velero o algo así. Vente conmigo me decía, fue una de las pocas cosas que entendí. La mayor parte de las cosas que me decía eran inteligibles para mí. Me quedé petrificada y sin saber que hacer, sólo que me negaba a mirar porque pensaba que entonces todo se precipitaría y pasaría algo que no me iba a gustar. Entonces, él se me acercó y empezó a gritarme y mirarme con los ojos desorbitados. De golpe y porrazo era un tigre salvaje de la India que en apenas unos segundos se abalanzó sobre mí. Yo cerré los ojos, me agaché y me hice un ovillo esperando lo peor. Me quedé así y no pasó nada. Un ruidito extraño me llamó la atención y entonces abrí los ojos. Delante mío había un pingüino. Saltaba y daba pasitos pequeñitos, apenas podía moverse, estaba muy gordo. Me puse de pie y lo miré desde arriba. ¿Le he tenido miedo a esto?, me pregunté. Entonces empecé a ver muchos pingüinos pululando por la calle y me dije a mí misma, que le den por culo al nitbus y acto seguido pasó un taxi, levanté la mano y le dije, a casa por favor. La broma me costó 15 euros pero ahora sé que los pingüinos no me pueden hacer daño.
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